viernes, 30 de octubre de 2020

BOTÁNICA

 Amanece en el hemisferio norte/ despierta el jardín y la jardinera 

Ashle Ozuljevic


Después de algún tiempo laborando entre poemas y versos, contextualizando flores, arbustos y arbolado vario, he llegado a la conclusión de que la poesía y las plantas son incomprensibles. Sin embargo, muy a mi pesar, tengo una certeza. Y esta es, la de que tanto la poesía como las plantas también se expresan de una manera propia, tan particular y mimética que, a poco me empeñe, puedo llegar a entenderlas. Sobre todo, en ese crítico momento donde en lo ocasional y en la circunstancia, tanto la una como las otras, se presentan carentes, excesivas o necesitadas, en lo emocional y, obviamente, en lo nutricional o saludable.

A mi desvalido entender, la poesía orgánica que en este libro ofrece Aslhe nos remite a un conocimiento importante del reino vegetal -en su cuaderno analizado en lo didáctico y usado como ejercicio de traslación en la poética- donde flora y espesura amanece en el poema cual ecología textual que hacen de la poesía un nuevo ser vivo en el propósito de la palabra, en la sensibilidad del extrañamiento y en la paradoja del misterio. También, en la fuerza identitaria e ideológica de quien versa en "Botánica".

El hábitat de esta desconcertante maravilla (donde a veces estamos ante un poemario y otras, parecerá, que muy cerca de un tratado de ciencia) consiste en una colección de textos a medio camino de un herbarium metafórico y el índice real y palpable de vegetales y personas, amalgamados en la particularidad de sus propios procesos vitales. En todo caso, el poema lignificado, con albura y duramen; la planta, su flor, el árbol y el fruto, dignificados unos y otros, verso a verso, poema a poema. Referencias que aparecen en "Botanica' como una comunidad necesitada de ser aclamada, taxones en cursiva, nomenclatura científica, pero sin olvidar la vecindad del nombre vernáculo en lo común y conocido, poniendo en evidencia de ese modo a la hermética obscuridad, tan recurrente de la poesía contemporánea en castellano. A pesar del yo, a pesar de las rebuscadas vanguardias, la moda y los subjetivos cánones. Recomendado es llegar hasta al epílogo de este libro y se asombren con el trato y el vínculo, que la autora establece con la planta primera, poemón de los que hacen estallar una cabeza.


Decir, porque es sabido, que en la mayor parte de la poesía de todos los tiempos siempre ha sido lo educado idealizar el paraíso, abstrayendo lo que es común a muchas cosas, formando así un concepto que las comprenda todas. Por eso flor (si, pero cuál); árbol, (si, pero cuál); hierba (si, pero cuál); etcétera, si, pero qué. Recursos anodinos, flotadores y oxígeno y carne sobada. Que usamos por inconsciencia o, a lo peor, por falta de imaginarios. Así pues, ahora que los botánicos enzarcillan de nuevo las nomenclaturas y el Rosmarinus officinalis - de siempre Romero- es llamado Salvia rosmarinus, no está de más reparar en quien huye, como lo hace Ashle Ozuljevic, de la generalización literaria del mundo verde, remangándose, sin dudarlo, para llenarse de sustrato vocal los dedos de la mano y empezar a llamar  las "cosas," es decir, a las plantas, por su nombre (y apellidos): Schinus molle, Carica papaya, Doseras uniflora, Lathyrus odoratus, Rhodophrala rhodolirion, Macrolobium taxifolium, Scabiosa cretica, Linaris vulgaris, Nothofagus pumilo, Mirabilis jalapa, Pterocarpus officinalis... así hasta referir más de cincuenta especies, texto por texto, en este poemario.
Pero no sólo. Porque también en este espacio un verso dice lo escribo sin perfumes florales en el entorno/ sin cálices pentafolios pilosos/ ni opérculos inframilimétricos; y otro dice cuando sudando cartáceos o pegado a mi cuello rosado a rojo/ claro maduro mesocarpo carnoso; y otro sabes/ el pulso botánico/ varía según la filotaxis/ que a su vez está sujeta/ a la estructura primaria caulinar; y otro más así lo designan los maristemas apicales/ preferimos siempre frutales/ a eudicotiledóneas arbóreas y tantos otros son, que dejo al descubrimiento del lector, porque es la estupefacción también, ante la capacidad de la autora de hilar verso a verso el glosario botánico y la poesía pura, la que me impide extender más este apunte.

Hace unas pocas semanas participé en la presentación, en el Jardín Botánico de Madrid, del Herbario de Emily Dickinson -maestra jardinera- que la editorial Ya lo dijo Casimiro Parker acaba de recuperar para quien guste del binomio poesía y jardinería, e hice referencia a la inquietud de la divulgadora y bióloga Aina S. Erice, donde en su ensayo Las plantas olvidadas (Ariel, 2019) sostiene que las canciones, los poemas, los libros, las historias y las creencias que dan forma y alimentan nuestra cultura se han vaciado de plantas, por ello la necesidad de trazar una nueva ruta a seguir y poner en marcha un círculo virtuoso donde la relevancia material alimente la imaginación, y la relevancia imaginaria fortalezca el papel material de estas plantas en nuestras vidas. He aquí esta Botánica, de Ashle Ozuljevic, como un propósito de camino y una guía literaria para empezar a caminar en este sentido.


Obligado para mí, antes de finalizar esta serie de notas en este cuaderno digital, aludir a mi gratitud por el legado botánico que nos regala Ashle en este cuaderno de poemas, editado en las Ediciones Liliputienses del incombustible Chema Cumbreño (al que también felicito por esta acertada publicación), escrito desde la particularidad climática que propone la Patagonia chilena, la Tierra de fuego y nuestra propia Catalunya. Con el planteamiento de que, una de las mejores maneras, para sacar un poema adelante, al igual que ocurre con las plantas, es observar el jardín todos los días, Ashle, cual jardinera, se acompaña en solsticios y equinoccios de las herramientas precisas, lapicero en mano, ojos como platos, y esa capacidad de asombro en el esplendor festivo de la Madre tierra y su vestido verde.

viernes, 23 de octubre de 2020

Tolpis barbata

Hace semanas que perdieron la humedad y su esplendor; fueron de las primeras flores en colonizar los mantos verdes en el inicio de la primavera y ahora, que la misma primavera se muere otra vez, la Tolpis, característica en los terrenos baldíos y olvidados, ofrece otra belleza, quizá insignificante, parecida a la de las actrices desafortunadas que languidecen serenas y dignas.

A mí, que gusta mirar de frente, pocas veces sintomatizo la cobardía, aunque haga alarde del abatimiento en mis silencios. Momentos en los que me disperso, difuminado entre lo que me rodea.

Sin embargo, hay ocasiones en las que prefiero agachar la cabeza y mirar al suelo, porque sé que voy a encontrarme con un firmamento de estrellas secas. Igual son espectáculo pequeño. Pero para mí sólo y suficiente para detener el instante y de ese modo acoger toda su grandeza.

Gsús Bonilla (Cuaderno de campo. Junio 19/19) 

N 40º 12' 32.901'' / O 3º 55' 17.74''


Campanula petula

 

imagen by alpenflora.ch
Es frecuente en los cursos de agua y en las sendas que nos trasladan de aquí para allá, casi mecidos, encaminados hacia la propia afectividad, hacia los vínculos tuertos y las espinas atemporales de relaciones presentes y las pasadas, y las que están por venir, dar con esta minúscula flor.
No encuentro forma de presentarme ante una campanilla silvestre (Campanula petula) si no es con las pañaletas de la camisa por fuera y los bolsillos cargados de afecto y cariño, medios rencores y algún que otro coágulo de odio, incrustado, casi desvanecido, pero que no termina de salir del todo, por mucha leche tibia que se le haya aplicado, desde entonces, a lo largo de los años.
Quiero, digo, presentarme en condiciones, armado y equipado con la satisfacción que produce el asombro ante los descubrimientos, con la obligación de dejarme olvidar, de no hurgar en otras emociones o daños que no sea el empuje de una nueva aventura en el bosque, entre arroyos perdidos y piedras antediluvianas, como un mundo de colores primarios, recién nacido y por explorar, y del que deduzco me mira fijamente, igual invitándome, quizá retándome, a esa mirada inexcusable que rezuma felicidad en los rostros vírgenes. 

Gsús Bonilla (Cuaderno de campo. Agosto 05/19) 

N 42º 16' 48.031'' / O 6º 19' 36.183''

domingo, 4 de octubre de 2020

LAS FENDAS DEL CORAZÓN

"Mi oficio, ser jardinera, tiene mucho que ver también en mi forja, tengo los ojos, el corazón y el Alma verdes, amante fiel de la Madre Naturaleza. A veces ha sido el único arbotante al que asirme cuando la angustia me cegaba. Mis plantas, mis macetas, mis esquejes, trabajar con mis manos, estudiar y explicar mi profesión ha sido tan gratificante, que me ha hecho tan feliz, que aunque de copa pobre, he sido capaz de entretener unas raíces que me han anclado lo suficiente para no sucumbir y para vislumbrar que no hay jardín más bello que el que uno posee en su interior y que es el que mejor hay que cuidar". 

 Así, de esta manera, se presenta Victoria Olaya en 'Las fendas del corazón', un poemario de una jardinera, hoy poeta, extraordinariamente sensible y vitalista, que ha publicado su primer libro una vez macerada su propia experiencia vital, después de haber superado el medio siglo de vida. Por tanto, me encontré unos poemas de línea clara, verso libre, a veces enrolados en la rima, y siempre comunes en su profundidad. 

 Victoria escribe a la Simiente vana, a un Acer palmatum, a la senectud del árbol, a la Ipomoea indica, al Reineto de la huerta y a la primavera lluviosa, pero también hay Versos adolescentes como poso de lo vivido. Versos de lo nuestro, Versos de amistad, Versos de amor y otros desastres. Creo saber que me encuentro ante una poeta sin engaño ni pretensión, en mi mundo, que escribe a la vida desde la vida. Honestidad.

Gracias a ella supe -ignorancia de jardinero- qué es una 'Fenda'. Me lo explicó sobre un mostrador de cristal ante una expectante librera de barrio en una pandémica tarde de un verano a punto de morir, en nuestro querido Vallecas, aferrada a sus poemas, con la defensa propia de quien decide una lucha constante, sin tregua, desde la humildad y el coraje, con el convencimiento de que no hay nada perdido.

Apunté en mi memoria: singularidad de la madera, separación entre fibras, discontinuidad de los anillos de crecimiento... 'fendas', en función de su origen, como las producidas por los rayos del sol cuando el árbol está en pie, o las que se producen por la acción del hielo. En todo caso, el clima como actor principal en la herida característica del individuo. Increíbles todos estos paralelismos entre grietas y heridas y poesía con su propuesta de puro corazón verde.

Siempre vegetófilos, porque deduje que hablamos un mismo idioma, que nos apasiona. Luego, igualmente, usaremos el lenguaje propio de la poesía, aquel que alcanza desde lo interior hacia lo exterior, con conciencia de suelo y profundidad. Raíz. Tallo. Cresta, vértice, ápice y copa. Ramas, para un tiempo presente, donde hemos de cuidarnos del talador y hacer frente a la mutilación. Si, ciertamente, quizá también seamos ramas, a merced de un viento extraño que sopla.

#elmundofloreceparaserescrito 
#lanegligenciadeljardinero
#gsúsbonilla 

#lasfendasdelcorazón #VictoriaOlaya