Amanece en el hemisferio norte/ despierta el jardín y la jardinera
Ashle Ozuljevic
A mi desvalido entender, la poesía orgánica que
en este libro ofrece Aslhe nos remite a un conocimiento importante del reino
vegetal -en su cuaderno analizado en lo didáctico y usado como ejercicio de
traslación en la poética- donde flora y espesura amanece en el poema cual
ecología textual que hacen de la poesía un nuevo ser vivo en el propósito de la
palabra, en la sensibilidad del extrañamiento y en la paradoja del misterio.
También, en la fuerza identitaria e ideológica de quien versa en
"Botánica".
El hábitat de esta desconcertante maravilla (donde a veces
estamos ante un poemario y otras, parecerá, que muy cerca de un tratado de
ciencia) consiste en una colección de textos a medio camino de un herbarium
metafórico y el índice real y palpable de vegetales y personas, amalgamados en
la particularidad de sus propios procesos vitales. En todo caso, el poema
lignificado, con albura y duramen; la planta, su flor, el árbol y el fruto,
dignificados unos y otros, verso a verso, poema a poema. Referencias que aparecen en "Botanica' como
una comunidad necesitada de ser aclamada, taxones en cursiva, nomenclatura científica,
pero sin olvidar la vecindad del nombre vernáculo en lo común y conocido,
poniendo en evidencia de ese modo a la hermética obscuridad, tan recurrente de
la poesía contemporánea en castellano. A pesar del yo, a pesar de las
rebuscadas vanguardias, la moda y los subjetivos cánones. Recomendado es llegar
hasta al epílogo de este libro y se asombren con el trato y el vínculo, que la
autora establece con la planta primera, poemón de los que hacen estallar una
cabeza.
Decir, porque es sabido, que en la mayor parte de la poesía
de todos los tiempos siempre ha sido lo educado idealizar el paraíso,
abstrayendo lo que es común a muchas cosas, formando así un concepto que las
comprenda todas. Por eso flor (si, pero cuál); árbol, (si, pero cuál); hierba
(si, pero cuál); etcétera, si, pero qué. Recursos anodinos, flotadores y
oxígeno y carne sobada. Que usamos por inconsciencia o, a lo peor, por falta de
imaginarios. Así pues, ahora que los botánicos enzarcillan de nuevo las
nomenclaturas y el Rosmarinus officinalis - de siempre Romero- es
llamado Salvia rosmarinus, no está de más reparar en quien huye, como lo
hace Ashle Ozuljevic, de la generalización literaria del mundo verde, remangándose,
sin dudarlo, para llenarse de sustrato vocal los dedos de la mano y empezar a
llamar las "cosas," es decir, a las plantas, por su nombre (y
apellidos): Schinus molle, Carica papaya, Doseras uniflora, Lathyrus odoratus, Rhodophrala rhodolirion, Macrolobium taxifolium,
Scabiosa cretica, Linaris vulgaris, Nothofagus pumilo, Mirabilis jalapa,
Pterocarpus officinalis... así hasta referir
más de cincuenta especies, texto por texto, en este poemario.
Pero no sólo. Porque también en este espacio un verso dice
lo escribo sin perfumes florales en el
entorno/ sin cálices pentafolios pilosos/ ni opérculos inframilimétricos; y otro dice cuando sudando cartáceos o pegado a
mi cuello rosado a rojo/ claro maduro mesocarpo carnoso; y otro sabes/ el
pulso botánico/ varía según la filotaxis/ que a su vez está sujeta/ a la
estructura primaria caulinar; y otro más así lo designan los maristemas
apicales/ preferimos siempre frutales/ a eudicotiledóneas arbóreas y tantos
otros son, que dejo al descubrimiento del lector, porque es la estupefacción
también, ante la capacidad de la autora de hilar verso a verso el glosario
botánico y la poesía pura, la que me impide extender más este apunte.
Hace unas pocas semanas participé en la
presentación, en el Jardín Botánico de Madrid, del Herbario de Emily
Dickinson -maestra jardinera- que la editorial Ya lo dijo Casimiro
Parker acaba de recuperar para quien guste del binomio poesía y jardinería,
e
hice referencia a la inquietud de la divulgadora
y bióloga Aina S. Erice, donde en su ensayo Las plantas olvidadas (Ariel,
2019) sostiene que las canciones, los poemas, los libros, las historias y las
creencias que dan forma y alimentan nuestra cultura se han vaciado de plantas,
por ello la necesidad de trazar una nueva ruta a seguir y poner en marcha un
círculo virtuoso donde la relevancia material alimente la imaginación, y la
relevancia imaginaria fortalezca el papel material de estas plantas en nuestras
vidas. He aquí esta Botánica, de Ashle Ozuljevic, como un
propósito de camino y una guía literaria para empezar a caminar en este sentido.
Obligado para mí, antes de finalizar esta serie de notas en
este cuaderno digital, aludir a mi gratitud por el legado botánico que nos
regala Ashle en este cuaderno de poemas, editado en las Ediciones
Liliputienses del incombustible Chema Cumbreño (al que también
felicito por esta acertada publicación), escrito desde la particularidad
climática que propone la Patagonia chilena, la Tierra de fuego y nuestra propia
Catalunya. Con el planteamiento de que, una de las mejores maneras, para sacar
un poema adelante, al igual que ocurre con las plantas, es observar el jardín
todos los días, Ashle, cual jardinera, se acompaña en solsticios y equinoccios
de las herramientas precisas, lapicero en mano, ojos como platos, y esa
capacidad de asombro en el esplendor festivo de la Madre tierra y su vestido
verde.
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