sábado, 5 de febrero de 2022

Jardín Botánico, de Federico Gallego Ripoll

 I

El jardín, público o privado, es una entidad emocional única, con connotaciones propias, donde se manifiestan los estados de ánimo, tanto en lo positivo como en lo negativo: en ellos la alegría y la tristeza emergen y prosperan, en el mismo sentido que las agujas del reloj y al compás de las estaciones del año y sus sabidas climatologías: la vida cronológica tiene también esas mismas magnitudes.


Los jardines públicos son una pieza social fundamental en los barrios de nuestras ciudades, porque vertebran emocionalmente a sus ciudadanos y acogen a la diversidad de fauna que experimenta el asfalto y el hormigón como un hogar hostil; también los jardines privados sirven como pequeños oasis para insectos, aves y pequeños animales, sin embargo, el jardín privado, es inalienable y está ideado para el recreo de su propietario y sus invitados.


En muchas ciudades además existe el privilegio de contar con uno o varios jardines botánicos. Estos, a medio camino entre aquellos otros, públicos o privados, pero con la misma idiosincrasia aunque concebidos en gran parte, reconvertidos a veces, para la conservación, el estudio y la divulgación de las múltiples especies y variedades que estos acojan. Un jardín botánico es también un libro abierto de par en par, donde el paseo se convierte en viaje, que invita al individuo a la exploración y búsqueda interior en un contexto extraño, con otras realidades, reunidas en las cientos de especies vegetales que en él acontecen para su contemplación.

II

Poetas andan por los jardines, escribió -a modo de verso,  título de un poema, y todo un poemario- Juan Antonio Mora, poeta y amigo. Porque me sentí interpelado, y me explica en cierto modo, guardé la cita en el [mi] diario personal de un jardinero de mierda: Gardenjunkies (Tigres de papel, 2017). Jardinería y poesía, no manifiesto nada nuevo si afirmo -una vez más- que son dos de mis pasiones predilectas. La primera, como profesión alimenta al sujeto, y la segunda, como oficio, sustenta su espíritu, el alma... sea eso lo que quiera que sea, pero que, cuando de algún modo incide en uno, trata aplacarlo y pacificarlo. Sucede, que en ocasiones dentro de mi particularidad, ocurre a la inversa y con más perseverancia me ayuda a desenfundar la irritación: así ejerzo yo mismamente la poesía, en desacorde con mi paz interior, pero ese problema, si es que fuera problema, es solamente mío. Otra historia.


Otra historia propia,  la de un tiempo a esta parte, donde trato de manejarme entre manuales técnicos, libros de botánica, herbarios y la dedicación de mis lecturas a dotados próceres que escriban de lo verde y de ese modo saciar mi ignorancia vegetal, que es mucha. Un totum revolutum donde también intento atender a otros libros y a otros autores, sobre todo de poesía, sin embargo, a estos últimos les pido -sin exigencia- que haya un mínimo de vegetación entre sus páginas y, si esta está presente, que adquiera cierto protagonismo.

III

Hojarasca, flores, árboles, arbustos, matorrales, selvas y arboledas... plantas. Por motivos vegetales Federico Gallego Ripoll ya apareció por aquí, hace justamente un año y lo hizo mediante un poema donde aparecen ni más ni menos que cuarenta y cinco especies vegetales, en un poema de catorce versos y cincuenta y tres palabras: este poema se llama Arcano y aparece en su libro ‘Tarot’ (Ed. Libertarias, 1991). Una puta maravilla. Hoy traigo de nuevo al blog a este autor, con un libro que en su día fue publicado por Cuadernos de la Erranteria en 2021, en una edición al cuidado de Javier Gil. El libro me lo facilitó Raúl Nieto de la Torre, y como quiera  fuese Raúl sabía que por las afinidades que en él aparecen me iba a gustar. Acertó de pleno: Jardín Botánico (ese es su nombre ), me ha gustado mucho.



Ripoll ya de entrada, en la solapa de Jardín Botánico, me pone en con las orejas en punta cuando en ella escribe《...Jardín Botánico propone un simple itinerario existencial en el que cada lector se reconozca en la propia medida de su paso.》


De manera que me adentré en él con la disonancia que acostumbro, y lo hice por la parte de atrás (siempre he sido de esos que leían los periódicos por su hoja final). El caso es que comencé a ojear el índice y ya me topé con una estructura, que pareciera diseñada por todo un paisajista inglés (de los mejores) y haciendo gala de ciertos elementos constructibles: Extramuros, El sendero, El estanque… algún otro futurible: La umbría, El laberinto, Arboretum, y otro de necesidad y ubicación: La claridad. En esta construcción se fragmenta los distintos apartados del libro.


Luego, en mi impertinencia, busqué en la lectura otros principios básicos o elementos esenciales del diseño en todo jardín que se digne de llamarse jardín... cuaderno de poemas o poemario y en efecto, ahí estaban: la unidad, el equilibrio, la armonía, las líneas, el color... la proporción… y no había más duda, lo que el autor proponía era un jardín: su jardín... un jardín hecho a medida, poema tras poema, que transmuta en espléndido poemario.

 

Somático en lo corpóreo porque en la lectura de este libro pude palpar perfectamente la parte física, a través de sus estancias y lugares, también pude sentir la presencia de algunos de sus protagonistas allí, como los árboles, que van sucediéndose indistintamente en la mayoría de poemas, árboles en sus generalidades comunes y colectivas y otras experimentadas por el autor. De la lectura emocional me quedo, o mejor dicho, recojo la sensibilidad -que yo pienso ejerce de eje común- en este itinerario, pues reconocerse en ella implica asumir el propósito de la invitación a esta lectura, aquella que emanaba desde la misma solapa del libro y que poco a poco va tomando forma según avanzan las páginas; una sensibilidad no sólo estética para reconocernos en una belleza determinada, sino que también sale a mi encuentro otra sensibilidad, la expresiva, y que me acerca al extrañamiento, donde me puedo reconciliar, sin apenas esfuerzo, con el Reino Vegetal, al que pertenecen los organismos que viven y crecen sin poder moverse de un lugar voluntariamente, igual que un lector absorto. Creo que esta propuesta de Federico Gallego Ripoll: Jardín Botánico, dos cosas ha conseguido en mí, transportarme fuera de lugar y lo contrario.


No quería concluir este post sin antes atinar con un consejo. O mejor, con Un sencillo consejo, como el que propina este poema y que vale de comienzo a la parte de El sendero, en Jardín Botánico:



No elegir el jardín es cosa seria,

porque nos viene dado.

La voz del jardinero es cuanto puedes 

tu pleno patrimonio.

Y has de crecer hermoso para que el hombre cante

y rastrille con mimo la tierra

haciendo círculos en torno a ti.

Lo demás se te ha otorgado por añadidura:

el sol, los nidos,

la fuerte lluvia que descama tu piel

(o la blanda que sabe a barro dulce),

el horizonte, que se va alejando

a medida que elevas

tu perseverancia.


Sólo el canto del hombre, sólo su risa,

es tu elección. Así es que, aplícate:

si tú eres un buen árbol no estarás nunca solo,

será buena tu vida.