domingo, 15 de noviembre de 2020

 LAS FLORES EN LA POESÍA ESPAÑOLA

Por Anabel Sáiz Ripoll, Doctora en Filología y escritora.© ISLABAHIA.COM (Artículo original)

Desde siempre la poesía, la lírica, ha escogido distintos símbolos para reflejar estados de ánimo y sentimientos y, precisamente por ello, las flores suelen acompañar con su presencia multitud de poemas. Las flores y su uso que ya se pueden considerar como tópicos literarios en muchos poemas, con una larga tradición sus espaldas. De una manera que nunca será exhaustiva vamos a tratar de centrar algo más el papel de las flores en la poesía española.

La rosa debe ser una de las más evocadas por su belleza, pero también porque es efímera y a menudo sirve de advertencia a aquellos que creen que lo mundanal ha de durar, cuando es justo lo contrario. La azucena o las flores de azahar son indicadoras de pureza, de candor, de virginidad al lado de los lirios o de la flor del alhelí o los nardos. La violeta o la amapola como humildes presencias, cada una en su territorio, una en jardines y otra de manera salvaje, casi descuidada. La margarita como señal de los estados de ánimo volubles o infinidad de flores que aportan alegría, tristeza, melancolía, dramatismo o ternura a los poemas. 

EDAD MEDIA

Si volvemos la mirada atrás, en una ejemplificación rápida ya Gonzalo de Berceo en su Introducción alegórica a los Milagros de Nuestra Señora describe un lugar deleitoso cuajado de flores:

"La verdura del prado, la olor de las flores,
las sombras de los árboles de tempranos sabores
refrescaron me todo, e perdí los sudores
podrie vevir el omne con aquellos olores".

La poesía popular medieval, que se recoge en los "Cancioneros", no deja de incluir el saber popular y la referencia a las flores como elementos que se pueden identificar claramente con el amor y su cortejo:

"Lindas son rosas y flores,
más lindos son mis amores".

"Ya florecen los árboles, Juan:
¡mala seré de guardar!
Ya florecen los almendros
Y los amores con ellos
Juan,
Mala seré de guardar.
Ya florecen los árboles, Juan:
¡mala seré de guardar!"

En los Romances, ya a finales de la Edad Media, la alusión a flores, a árboles, a elementos vegetales no es infrecuente. Sin ir más lejos allí tenemos los espléndidos versos del "Romance del Conde Olinos", que nos hablan del amor poderoso más allá de la muerte:

"De ella nació un rosal blanco,
de él nació un espino albar,
crece el uno, crece el otro,
juntos se van a abrazar".

En las "Serranillas", el marqués de Santillana, Iñigo López de Mendoza, recrea también un escenario propicio para estas muchachas bellas y gráciles. Leemos en "La moçuela de Bores":

"Mas vi la fermosa
de buen continente,
la cara plaziente,
fresca como rosa,
de tales colores
cual nunca vi dama,
nin otra, señores".

RENACIMIENTO

Garcilaso de la Vega, en el Renacimiento, emplea la rosa, una de las flores más aludidas de todos los tiempos, para recordarnos que todo es efímero y que vivamos la vida la juventud, sobre todo, las mujeres; además de comparar el color de su dama con el de la azucen por su especial blancura:

"Marchitará la rosa el viento helado,
todo lo mudará la edad ligera,
por no hacer mudanza en su costumbre"

Y Fray Luis de León, a manera franciscana y con falsa modestia, todo hay que decirlo, opinaba que sus "poemas eran florecillas que se le cayeron de las manos", aunque, bien es cierto que se trata de una poesía muy trabajada. Así, en la "Oda a la Vida retirada", influida por Horacio, pondera la vida alejada del "mundanal ruido", es decir un beatus ille y, en una de las liras, leemos:

"Del monte en la ladera
por mi mando plantado tengo un huerto,
que con la primavera,
de bella flor cubierto,
ya muestra en esperanza el fruto cierto".

Aún en el S. XVI, San Juan de la Cruz, el gran místico español, en el "Cántico espiritual", mediante una ambientación bucólica, intenta explicar la vía unitiva; esto es, la unión del Alma con Cristo. De este modo dice la Esposa:

"Buscando mis amores 
iré por esos montes y riberas;
ni cogeré las flores
ni temeré las fieras,
y pasaré los fuertes y fronteras".

En otro momento añade, ya cuando se ha encontrado con el Esposo:

"Nuestro lecho florido,
de cuevas de leones enlazado,
en púrpura tendido,
de paz edificado,
de mi escudos de oro coronado".

Y en pleno diálogo amoroso, culmina:

"¡Oh ninfas de Judea,
en tanto que en las flores y rosales
el ámbar perfumea,
morá en los arrabales
y no queráis tocar nuestros umbrales..."

BARROCO

Los poetas barrocos -Góngora, Quevedo...- fueron más lejos y, llevados de su pesimismo que no era otro que el de la época, mostraron la rosa y las demás flores -clavel, alhelí...- como símbolo de la propia vida, que es polvo, humo, nada; como símbolo de las glorias mundanas que no nos trascienden, aunque Góngora es capaz de aunar las dos caras, la más festiva y alegre, con sus letrillas, y aquella otra pesimista y dura con sus poemas severos:

"Las flores del romero,
niña Isabel,
hoy son flores azules,
mañana serán miel".
(Góngora)

"Flor es el jazmín, si bella,
no de las más vividoras,
pues dura pocas horas
que rayos tiene de estrella;
si el ámbar florece, es ella
la flor que él retiene en sí.
Aprended, flores, en mí
lo que va de ayer a hoy,
que ayer maravilla fui,
y sombra mía aun no soy".
(Góngora)

"Goza cuello, cabello, labio y frente,
antes que lo que fue tu edad dorada
oro, lilio, clavel luciente,
no sólo en plata o viola troncada
se vuelva, mas tú y ello juntamente
en tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada.

Góngora ,en "Prevención ante el Amor", un magnífico soneto, advierte a los amantes sobre los peligros del amor, porque entre las flores puede esconderse la serpiente:

"Amor está, de su veneno amado,
cual entre flor y flor sierpe escondida.

No os engañen las rosas, que a la Aurora
diréis que, aljofaradas y olorosas,
se le cayeron del purpúreo seno;

Manzanas son de Tántalo, y no rosas,
que después huyen del que incitan ahora.
Y sólo del Amor queda el veneno".

Lope de Vega, el Fénix de los Ingenios, escribió poesía y hay muchos poemas populares que se le atribuyen y en los que destacan también la presencia de plantas y flores, puesto que se pondera la vida rural:

"A la viña viñadores,
que sus frutos de amores son;
a la viña tan garrida,
que sus frutos de amores son;
ahora que está florida,
que sus frutos de amores son,
a las hermosas convida
con los pápanos y flores:
a la viña, viñadores,
que sus frutos amores son".

O un "Cantar de siega" en donde habla del color de la piel de las mujeres que trabajan en el campo, que empiezan siendo blancas -azucena, dice aquí- y acaban siendo morenas, cuando el ideal de belleza de la época era el color pálido, que indicaba que la mujer poco trabajaba en menesteres campesinos:

"Mi edad al amanecer
era lustrosa azucena;
diome el sol y ya soy morena".

ILUSTRACIÓN

Los ilustrados en el S. XVIII no consideraban que la poesía fuese un negocio serio ya que sus afanes iban por otros derroteros, como cambiar el país y modernizarlo. Sin embargo, la poesía didáctica, moralizante, ejemplificadora también echa mano de las flores. Así José Antonio Porcel en "Fábula de Alfeo y Aretusa" dice, describiendo a la ninfa:

"No ilustró del Taigeto la escabrosa
cumbre ninfa más bella, pues la frene
en cada estrella vence luminosa
los ojos, que abre el cielo transparente;
de cuanto en sus mejillas mezcla hermosa
hizo con el jazmín, clavel ardiente,
queda un, que en dos hojas se señala,
que encierra perlas, y ámbares exhala."

Gaspar Melchor de Jovellanos empieza la "Epístola a Batilo" de esta manera:

"Verdes campos, florida y ancha vega,
donde Bernesga próvido reparte
su onda cristalina; alegres prados...".

Ahora bien, los autores deciochescos son más prácticos y a menudo ven más el fruto que las flores. Samaniego en "La zorra y las uvas" así lo explica:

"Cansábala mil ansias y congojas
no alcanzar a las uvas con la garra,
al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas".

José Iglesias de la Casa en "La rosa de abril" escribe una letrilla en donde esta rosa simboliza la juventud efímera:

"Zagalas del valle,
que al prado venís
a tejer guirnaldas
de rosa y jazmín,
parad en buen hora
y al lado de mí
mirad más florida
la rosa de abril".

Juan Meléndez Valdés escribe anacreónticas en donde pondera el goce de los sentidos. Lo leemos en la "Oda De is niñeces":

"Siendo yo niño tierno,
con la niña Dorila
me andaba por la selva
cogiendo florecillas,
de que alegres guirnaldas
con gracia peregrina,
para ambos coronarnos,
su mano disponía."

En "El amor mariposa" compara el amor con una mariposa que va de flor en flor:

"Ya en el valle se pierde,
ya en una flor se para, 
ya otra besa festivo,
y otra ronda y halaga".

En "La paloma de Filis" compara el regazo de la dama con las azucenas y él bien quisiera reposar allí como una palomita:

"Inquieta palomita,
que vuelas y revuelas
desde el hombro de Filis
a su hala de azucenas;
si yo la inmensa dicha
que tú gozas, tuviera,
no de lugar mudara,
ni fuera tan inquieta".

ROMANTICISMO

En el Romanticismo, las flores, los vergeles aparecen para ilustrar múltiples poemas, sobre todo aquellos que aluden a Al-Andalus, como pueden ser las Orientales de Zorrilla, llenas de ritmo y magia.

"Tengo un palacio en Granada,
Tengo jardines y flores,
Tengo una fuente dorada
Con más de cien surtidores"

La búsqueda romántica es irrealizable, operan en el vacío, se sienten desposeídos; de ahí que, por ejemplo, Novalis, aunque no sea un poeta español, ande buscando la flor azul.

Hermosa es, sin duda la composición de Juan Eugenio Hartzenbusch "La Flor No me olvides" donde recrea el origen legendario de esta flor:

"Una flor azul celeste
vio flotar sobre las aguas,
y con un tierno suspiro
dijo entre sí estas palabras:
"¡Flor infeliz, de una vida
que ser no pudiera larga,
bien temprano te despojan
esas olas inhumanas!".

José de Espronceda en el Canto a Teresa, recuerda su gran amor por Teresa Mancha que ya ha muerto y lo plasma en octavas reales, en alguna escoge las flores como imagen poética con la que identifica a la amada:

"Que yo como una flor que en la mañana
Abre su cáliz al naciente día,
¡Ay! Al amor abrí tu alma temprana,
Y exalté tu inocente fantasía
Yo, inocente también, ¡oh! Cuán ufana
Al provenir mi mente sonreía,
Y en alas de mi amor con cuanto anhelo,
Pensé contigo remontarme al cielo!"

Gertrudis Gómez de Avellaneda en "A él" se ve a sí misma como una flor, la flor de su juventud:

"Melancólico fulgor
Blanca luna repartía,
Y el aura leve mecía
Con soplo murmurador
La tierna flor que se abría"

Enrique Gil y Carrasco escribe un largo poema, "La violeta" en el que identifica su soledad, su propio estado de ánimo con una violeta:

"Tú allí crecías olorosa y pura
Con tus moradas hojas de pesar;
Pasaba entre la yerba tu frescura,
De la fuente al confuso murmurar".

Carolina Coronado dedica un poema a la "Rosa blanca" en el que nos habla delo efímero de la vida y del papel de los poetas:

"La luz del día se apaga;
Rosa blanca, sola y muda,
Entre los álamos vaga
De la arboleda desnuda,"
(...)
"El poeta, "suave rosa"
Llamóla, muerto de amores...
¡El poeta es mariposa
Que adula todas las flores!

Bella es la azucena pura,
Dulce la aroma olorosa,
Y la postrera hermosura
Es siempre la más hermosa".

Gustavo Adolfo Bécquer no podía ser ajeno a las flores y plantas en sus Rimas habla de "azules campanillas, violetas y azucena tronchada" y también, en unos célebres versos de que la naturaleza nunca es la misma porque todo pasa:

"Volverán las tupidas madreselvas
De tu jardín las tapias a escalar
Y otra vez a la tarde aún más hermosas
Sus flores se abrirán.

Pero aquellas cuajadas de rocío
Cuyas gotas mirábamos temblar
Y caer como lágrimas del día...
Esas... ¡no volverán!"

Rosalía de Castro tampoco se olvida de las flores ni de que las rosas tienen espinas:

"En su cárcel de espinos y rosas
Cantan y juegan mis pobres niños,
Hermosos seres desde la cuna
Por la desgracia ya perseguidos".

Hermosa es, sin duda la composición de Juan Eugenio Hartzenbusch "La Flor No me olvides" donde recrea el origen legendario de esta flor:

"Una flor azul celeste
vio flotar sobre las aguas,
y con un tierno suspiro
dijo entre sí estas palabras:
"¡Flor infeliz, de una vida
que ser no pudiera larga,
bien temprano te despojan
esas olas inhumanas!".  

MODERNISMO Y GENERACIÓN DEL 98

Cabría recordar, aunque sólo sea el título, la obra de un gran escritor francés, de los considerados malditos, Las flores del mal, de Baudelaire. En el Modernismo, con Rubén Darío a la cabeza, los poemas se pueblan de estanques llenos de nenúfares y de flores de loto, de flores de lis, de bailes y de anémonas, de riqueza sensorial sin límite. Los hermanos Álvarez Quintero, por esa época, aunque en teatro, bautizan Malvaloca a una de sus obras más emblemáticas. Manuel Machado, en sus versos, no deja de emplear flores -rosas, jazmines, adelfas...-, pero de manera metafórica:

"En mi alma, hermana de la tarde,
no hay contornos...
la rosa simbólica de mi única pasión
es una flor que nace en tierras ignoradas
y que no tiene aroma, ni forma, ni color." 

"Morir es... Una flor hay en el sueño
-que al despertar ya no está en nuestras manos-
de aromas y colores imposibles...
Y un día sin aurora la cortamos".

O esos otros tenues versos de "El viento":

"...Y perfume
de jazmines
y una risa..."

Y en el soneto que dedica a "La Infanta Margarita", de las "meninas":

"Como una flor clorótica el semblante
que hábil pincel tiñó de leche y fresa,
emerge del pomposo guardainfante,
entre sus galas cortesanas puras".

Y las adelfas, por supuesto, en "Nocturno madrileño":

"De un cantar veneno,
como flor de adelfa".

Francisco Villaespesa dedica un soneto de belleza exquisita al jazmín que le trae otros recuerdos y que copiamos íntegro porque acaso no sea muy conocido y bien vale la pena:

PUREZA DE JAZMINES

¡Jazminero, tan frágil y tan leve
que bastara con un soplo de aliento
para que disipases en el viento
tu intacta castidad de plata y nieve!

Tu pureza me evoca aquella breve
mano de espumas y encantamiento,
que ni siquiera con el pensamiento
mi corazón a acariciar se atreve.

Con su blancura a tu blancura iguala;
con tus piedades sus piedades glosas...
como tú, tiene el corazón florido.

Y, también como tú, también exhala
sobre el eterno ensueño de las cosas
un perfume de amor, luna y olvido"

Salvador Rueda en "Idilio y elegía" habla de los pueblos campesinos y del campo al que exalta:

"Tendieron las cañadas
sobre el claro cristal de las albercas
doseles de granadas
y rebosaron las lujosas cercas
cálices con pistilos como ajorcas
manzanas por el sol arreboladas,
penachos de mazorcas,
de hebras azafranadas,
pimientos en racimos
como borlones de esmeraldas hermosos,
y duraznos opimos,
y cermeñas sabrosas,
y membrillos, del huero gloria y gala,
y oleadas espléndidas de rosas
y claveles cual luces de bengala".

Antonio Machado se recreará -como todos los de su Generación- en el paisaje castellano y cantará de las tierras sorianas, en las que resalta el camino de San Polo a San Saturio, cuajado de álamos. A. Machado, como ya sabemos, es el autor del poema "Al olmo" en donde aborda un tema que a él le es muy grato: la resurrección primaveral, el milagro de la primavera. Pero no olvida sus raíces sevillanas y recuerda el patio del Palacio de las Dueñas, en el que nació, donde madura el limonero o la yerbabuena que tenía su madre en los balcones... Y ya en la Guerra Civil escribe un rotundo soneto, "La muerte del niño herido", donde identifica a ese niño que muere ante la impotencia de su madre con una "flor de fuego", esto es, traspasado por la fiebre.

J. Ramón Jiménez emplea también la rosa a manera simbólica para representar su Obra y dice: "No le toquéis ya más, que así es la rosa". En estos versos se resume la esencia de su poesía pura; es decir, cuando el poema ha llegado a la perfección, a la rosa, ya no hay que añadirle nada mas, dejarlo como creación absoluta. El poeta de Moguer, en sus primeros poemas, también acude a las notas modernistas de las flores como pueden ser las lilas, que aportan notas suaves, nostálgicas a sus poemas:

"Con lilas llenas de agua,
le golpeé las espaldas.
Y toda su carne blanca
Se enjoyó de gotas claras".

El Juan Ramón Jiménez de su poesía primera está cercano al modernismo y a la poesía de Bécquer:

"¡Ay, camino! ¿A dónde vas,
todo verde y florido,
a la música doliente
de los álamos del río?"

VANGUARDIAS Y GRUPO DEL 27

Vicente Huidobro, el padre del Creacionismo, aguijonea y provoca a los poetas diciéndoles, mejor, casi exigiéndoles:

"¡Oh, poetas, no cantéis la rosa
Hacedla florecer en vuestros versos".

Los autores del 27 tampoco desdeñan las alusiones vegetales florales. Federico García Lorca es quizás uno de los mejores ejemplos -aunque también podemos recordar el espléndido Soneto al ciprés de Silos de G. Diego-. Lorca emplea nardos, claveles y rosas para simbolizar la blancura y el contraste con la sangre. Son imágenes poderosísimas que aparecen en su Romancero gitano:

¿No veis la herida que tengo
desde el pecho a la garganta?
Trescientas rosas morenas 
Lleva tu pechera blanca.

"Ni nardos ni caracolas 
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo".

"Por abajo canta el río:
volante de cielo y hojas.
Con flores de calabaza
La nueva luz se corona".

Lorca no deja de emplear estas imágenes y siguen apareciendo en Poeta en Nueva York, ahí leemos un poema angustioso, un poema visionario, "La aurora de Nueva York" en donde emplea el "nardo" como símbolo negativo:

La aurora de Nueva York gime
por las inmensas escaleras
buscando entre las aristas
nardos de angustia dibujada.

Rafael Alberti en "San Rafael (Sierra de Guadarrama)" escribe una cancioncilla de corte tradicional aunque con tono negativo en que las zarzas y los rosales sin vida juegan un papel importante:

"Zarza florida.
Rosal sin vida.
Salí de mi casa, amante,
por ir al campo a buscarte
y en una zarza florida
hallé la cinta prendida, 
de tu delantal, mi vida.
Hallé tu cinta prendida,
y más allá, mi querida,
te encontré muy mal herida
bajo del rosal, mi vida.
Zarza florida.
Rosal sin vida;
bajo del rosal sin vida".

En un soneto dedicado a la pintura, "A la retina", también alude a un jardín, aunque se trata de un jardín especial:

"A ti, jardín redondo, donde mora
de par en par pintada la belleza;
flor circular que irisa en su cabeza
del rayo negro al rubio de la aurora".

Rafael Alberti también recoge la carga reivindicativa que tienen las flores, recordemos sin ir más lejos su poemario Entre el clavel y la espada.

Dámaso Alonso, en el poema "Insomnio", espléndido poema de Hijos de la ira, clama a Dios y le increpa:

"Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?"

Vicente Aleixandre, por su parte, inicia "Criaturas de la Aurora" con estos versos:

Vosotros conocisteis la generosa luz de la inocencia.
Entre las flores silvestre recogisteis cada mañana
el último, el pálido eco de la postrer estrella.

Emilio Prados en "Cuando era primavera..." se lamenta de la situación en que vive España y recuerda el pasado, cuando era "primavera":

"Cuando era primavera en España:
frente al mar los espejos
rompían sus barandillas
y el jazmín agrandaba
su diminuta estrella 
hasta cumplir el límite
de su aroma en la noche...
¡Cuando era primavera!"

DE LA POSGUERRA A LOS 50 

Juan Gil-Albert, que practicó el exilio interior, en "Elegía a una casa de campo" recuerda un pasado que ya no está, que ha sido arrebatado por la violencia:

El tiempo que fluía superfluamente
como en el desarrollo de una flor,
¿ha podido barrenarse sin estrépito
y una sima intransitable separarnos
desde hace breves horas?

Miguel Hernández, que es un poeta del 36, como ya sabemos, al final de su espléndida "Elegía a Ramon Sijé", la más bella elegía que nunca se haya escrito escribió con emoción contenida:

A las aladas almas de las rosas
del almendro de nata te requiero,
que tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero del alma, compañero.

En la sobrecogedora nana que le escribe a su hijo en la cárcel, "Nanas de la cebolla" compara las flores con ese pequeño que vencerá, que será la libertad que el padre no tuvo:

Es tu risa la espada
más victoriosa.
Vencedor de las flores
Y las alondras.
Rival del sol,
Porvenir de mis huesos
Y de mi amor.

Y compara también los dientes del niño con jazmines:

"Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas 
Ferocidades.
Con cinco dientes
Como jazmines
Adolescentes".

Victoriano Crémer en "Hombre concreto" baja la voz para mencionar el ritmo de la flor y compararla con la esperanza:

"(A veces, una flor, casi unánime, construye
ante los ojos el asombro; acaso el beso
se disfraza de dicha insospechada,
o levantamos la mirada al cielo)".

En el grupo poético de los 50, Francisco Brines, por ejemplo también alude a un jardín en Las brasas, aunque es un jardín triste y desolado:

"El jardín está mísero, y habita
ya la ausencia como si se tratase
de un corazón, y era una tierra verde".

En "Cuando yo aún soy la vida", en Aún no, hay también una mención a la rosa, aunque no se trata precisamente de la flor:

"La rosa cuchillada
de la mar, las derribadas luces
de los huertos, fragor de las palomas
en el aire, la vida en torno a mí,
cuando yo aún soy la vida."

Claudio Rodríguez en Don de la ebriedad incluye un poema en el que retrata la imagen de una flor como símbolo de lo poco duradero:

"¡Que todo acabe aquí, que todo acabe
de una vez para siempre! La flor vive
tan bella porque vive poco tiempo
y, sin embargo, cómo se da, unánime,
dejando de ser flor y convirtiéndose
en ímpetu de entrega...."

PUNTO Y SEGUIDO


Sin duda, encontraríamos múltiples y hermosos ejemplos más que asocian las flores a tal o cual estado o sentimiento, la timidez con la violeta, la pureza con las azucenas o los lirios, la inconstancia con las margaritas -me quiere, no me quiere-; pero valgan los ejemplos citados como acicate para que el lector disfrute de la poesía y lo haga con los ojos del amor y del corazón.

Y, sin duda también, que localizaríamos otros poemas menos líricos y más reivindicativos que también aluden a la flor como símbolo, ya sea la flor roja como la sangre o como la pasión y la fortaleza.

No cabe duda que, gracias al universo floral, hemos podido recordar algunas de las páginas de nuestra literatura.  

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