lunes, 31 de enero de 2022

Libro de las luminarias -fragmento- (SHÍLITUS, de Enrique Falcón)


 Decimos que no hay justicia, y para que la haiga, soñaremos todo lo que nos dé la gana, y soñando, un suponer, traeremos acá la justicia. [Galdós]

El arte del sueño revolucionario puede desempeñar un papel determinante en las épocas prerrevolucionarias. [ Žižek]


El árbol del mundo es un patíbulo-

El árbol de la cruz es un patíbulo-

El árbol de la ixtab es un patíbulo-


Bajo el árbol del kandásh

una pluma de viento.

Bajo el roble del norte y el arce blanco del sur

la tumba que no esculpimos para Noah y Farnés.

Los buscamos todavía en las postrimerías del bosque,

ya han danzado para ellos su canción de sombra,

sin remedio entonces

talábamos y talábamos

la raíz del fresno.

Y al calor de las hojas

tendíamos nuestros cuerpos (señalando un nudo):

hacíamos penitencia

sobre polvo y ceniza.

Bajo el árbol del kandásh,

una pluma de viento.

Bajo el árbol que esquilmamos nuestra estupidez,

la semilla de todos los cipreses del mundo.


Somos todavía aquellos dos troncos de madera

que en el Tiempo de los Nombres

(fresno y olmo) tallaron ViliVé

y el tercer hermano que entregó su ojo

a cambio de algo más que sabiduría


-poder, tierra, y el agua de lluvia-


todavía barro y alambre sobre un bosque en tiniebla,

herederas de las visiones que trocieron unos seres dormidos:

culebras de laguna bajo las estrellas

bajo la cellisca

cuando todo estaba quieto y nada se cambiaba


por cuatro veces recreadas a partir del maíz

aún nos faltaban los ojos y apenas en pie

nos desintegrábamos al contacto con el agua,

todavía nosotras, en los cuatro rincones del mundo


nosotras:


emparentadas por el poder de la sangre

brotamos de Lamga,

brotamos de Ki

brotamos de Aruru y brotamos de Enlil


(tierra modelada en el torno de aquel ceramista

que después se cansó,

el que hizo añicos su rueda tras hacerlas girar

sustento tras sustento,

el Señor de la Casa de la Vida)


nosotras:


limo pobremente tomado del río,

cuerda introducida en cada gota de arcilla

por Nüwa, quien antes había tallado

el curso boquiabierto de los manantiales

para quienes nos antecedieron, los diez mil seres

generados del uno que se vertió en dos


nosotras:


desnudas e indefensas todavía aceptamos el regalo del fuego,

hijas de la cañalea que aún calienta nuestras manos

tras alcanzar el recinto esperado

de las congregaciones


nosotras:


todavía el lamento increpado hacia el sol,

aquel doble soplo insuflado en la arcilla


y diga la madera

diga el tallo del olmo

diga la reunión de los juncos

diga la lluvia y diga el maíz

diga el poder de la sangre

diga el limo

diga el barro

diga el fuego lo que somos,

todavía aquel soplo: hincado en la arcilla


Porque con plegarias atroces, ranas, lagartos y aves

lloraban la desaparición de los insectos,

con plegarias atroces

como niños trepando e incendiando cosas

entre las hojas de los árboles

ya nadie podía verlos


la desaparición

la desaparición de las rutas marítimas 

la suspensión permanente de las conexiones de vuelo

hacían popular la canción «Robinson

ha vuelto otra vez a su isla perdida

vuelve con su ejército vuelve-vuelve

para no salir jamás»


Para los días de viento

preservábamos en cada hombre todo un parque natural

abriéndose y cerrando

en el sueño primordial de cada planta

hojas que extendidas se retraen por las noches

al mínimo tacto de dios

que en las minúsculas roturas de las bolsas celulares

van lanzando inadvertidos clics en todas direcciones

avisos desde las raíces

en la escucha escondida del subsuelo

en el tiempo del reposo y del descanso

único anillo

que une la tierra con el sol

esa pauta emergente de estructuras redundantes

que a modo de enjambre cultiva

la amistad del viento

la comitiva de insectos

y en pleno vuelo perpetúa los envíos

inseguros de la vida

ortigas tejos y laurel en sus casas dobles

castañas y encinas en sus moradas únicas

el pacto de murciélagos y faros liana

con su moneda de néctar

esa forma fiel que toma la primera

libación de la mañana y el azul con que tiñe

su pétalo el altramuz

ese

gesto imperativo

ciertamente generoso ese engaño

que la orquídea en su disfraz de hembra

llama para el acto del amor -la cópula

tardía que cubre la cabeza amante

todavía más insaciable en las nuevas uniones

sobre falsas superficies deliciosamente pelosas

la cala negra que se vuelve

olor fruta fermentada

prisión y cautiverio junto a senderos y arroyos

que en las horas de la noche

dulce cautiverio de amor de la cala negra

o del titánico aro gigante que en sus reclamos

de cadáver en lentísima descomposición

despliega el poderoso avance de la vida

el mismo poderoso terco avance

que en archivos de polen

cabalga sobre el ala bráctea de los tilos

la pulpa azucarada que los frutos

confían a las aves la semilla

transportaba en el vientre de los osos

el reclamo rojizo que el cerezo

activa únicamente en el tiempo oportuno

para que la vida desgaje

su comienzo pulsátil

su estallido nuclear en el interior de las capillas

excavadas tiernamente

en los laberintos de cada hormiguero

el peligro mortal que supone un destiempo

un error de ingesta prematuro

la falta de respeto a las cadencias

con que la vida impuso sus ritmos

a la totalidad del mundo y las especies

lo que hicimos con la supuesta mejora del maíz

al extraer el clavo de especia

que ancestralmente invocaba a los gusanos

que cerca de las raíces devoraban parásitos y larvas

como la judía de lima en sus pactos cruentos

con los ácaros carnívoros

como la lenteja en sus pactos pacientes

con las bacterias simbiontes

esa conversación que en el subsuelo

empezó siendo química y ahora habla de dios

dios entregándose a sí mismo en nitrógeno y azúcares

dios entregándose a sí mismo en pactos micorrizos

dios entregándose a sí mismo en árboles y hongos

dios donándose a sí mismo 

en la tímida firmemente respetuosa amistad

de las copas del alerce

que deciden no tocarse

y en las que

sí se entrelazan

en innumerables abrazos aéreos

buscando una herida de luz

sobre la que puedan fatigosamente temblar

sabiamente cerrar en las horas centrales del día

madera y corteza

abriendo sus minúsculas compuertas oclusivas

hacia un cielo que exclama:

«Dígase que es bello este mundo aquí abajo

y en él ya no cabe ninguna traición»


Así,

del todo iluminadas por las lámparas del bosque

en el breve momento

que en los toques de queda

abríamos los accesos del recinto

(y nos petrificábamos

para una tarde innoble),

podíamos seguir

el curso aéreo de cada semilla

y en cada forastero

saludar a un viejo hijo adoptivo.


Por detrás de las ventanas

por detrás de las ventanas

éramos

el furor y el descanso en la piedra.


Fuimos heridas, y herimos

Escuchamos los espíritus del paisaje

y en las pezuñas de un solo venado

entrevimos el curso humano entero.


(…)



NOTA: El poema de hoy es un fragmento del Libro de las luminarias, encuadrado en el artefacto poético y político SHÍTILUS (La Oveja Roja ed.2020) del poeta Enrique Falcón. Además, este mismo fragmento fue el que me correspondió leer a mí en el recital colectivo que en el mes de octubre [2021] tuvo lugar en Aleatorio Bar. Su autor nos había convocado en comunión a diversos poetas para leer distintos extractos de los capítulos que conforman SHÍTILUS, y de paso celebrar su publicación, en una lectura pública con una duración estimada en alrededor de tres horas.


Abría la celebración el mismo Quique y sucedían amigas y amigos… Isaías, Ana, Alicia, Escandar, Javi… Belén y Eva cerrarían el acto. Mientras esperaba mi turno [después de Javi] iba mamando cerveza sobre cerveza, imaginándome en el pudor de mi lectura, organizando las palabras, intentando respetar en lo posible la oralidad única del maestro (quien haya tenido el privilegio de escucharlo alguna vez sabrá cómo su voz se ancla al tímpano), entonces intentaba vocalizar sin mi propia voz en mi pensamiento lo mejor posible, para mi turno y para que el cenicero que tengo por garganta no se colmase de las estupideces que regala el lúpulo mal asimilado, igualmente procuraba acumular todo el oxígeno necesario, la parte saludable del mismo, para corresponder a un texto prime, talla XL y calidad suprema.



Por qué no, también monté la particular interpretación del texto en mi memoria y por ello recurrí al ritual, a mi propia perfomance, la que me ha proporcionado mi oficio y profesión a lo largo de estos años, cada vez que he tenido que talar o apear un árbol, mutilar alguna de sus ramas, en definitiva, despojarle parte de su universo verde. En el ejercicio de una tala, también en una poda, sobre todo en las más agresivas, y una vez provisto de la protección individual correspondiente, mientras aseo y alimento de mezcla a la máquina, creo siempre pertinente un previo y dedicar mis suplicios, a modo de oración, ante la presencia de la madera todavía viva y antes de que el árbol transmute tronzado a tocón. Todavía es así. Esta liturgia mía también necesita del sonido metálico de la motosierra para que, si acaso, el llanto, el dolor o la súplica de los condenados, llegue mudo a mis oídos. Y eso mismo hice aquella noche, proponiendo mi ritual, ante el público árbol, con el texto leyenda, para sorpresa del mítico Quique. Aún con todo, ahora siento el atrevimiento como siento la orfandad que voy dejando en cada jardín o zona verde en la que laboro. Aquel día me acompañé de la suficiencia de la noche y le pedí a Escandar que buscase en la telaraña virtual el sonido de una motosierra para que me acompañase en la lectura, tampoco olvido algunos pasajes del poema, donde me faltó el aire, que me proporcionó dificultades para cumplir con el regalo de leer a Enrique Falcón en público. Quién sabe, si quizá como un castigo natural y saldo pendiente, de aquellos que exterminé a cambio de unas pocas monedas, no me llegaba el aire.


La foto 1. Enrique Falcón según Demian Ortiz

La foto 2. Es la portada de SHÍTILUS

La foto 3. Ése (soy yo en aquel momento, la noche de marras) por cortesía de María Karmo


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